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Posts Tagged ‘clinton’

George Lakoff es un lingüista estadounidense a quien admiro muchísimo, sobre todo después de hacer de su libro “No pienses en un elefante” mi libro de cabecera.

En su nuevo libro The Political Mind“, intenta deglutar cuestiones importantes como por ejemplo, qué buscamos en un candidato a la presidencia, al congreso a ocupar el sillón municipal. Cuando escuchamos sus discursos, vemos los debates o aceptamos su merchandising de campaña, qué pesnamos de ellos y se pregunta acerca de ¿Qué es más valioso: poseer las ideas (hechos y programas) para un acto posterior a la elección como es gobernar o interpretar los valores del electorado durante la campaña, lo que puede seguri haciéndolo o no después de ésta? A esta interrogante tan simple pero profunda a la vez intenta responder usando una buena anécdota de la política estadounidense aplicable a toda decisión regida por las urnas con libertad y transparencia en el proceso, como siento es el caso de Chile.

Veamos las palabras de Lakoff:

“Ronald Reagan descubrió algo muy importante. Cuando Reagan fue electo, yo no lo entendí. Simplemente no lo entendí. En los debates en TV, tanto Carter como Mandel lo derrotaron en issues. Y sin embargo él aparecía ganando los debates. ¿Por qué?

La misma pregunta se hizo el estratega jefe de Reagan, Richard Wirthlin. El veía que a nadie le gustaban las posturas de Reagan en distintos temas, pero igual querían votar por él.

¡Wirthlin no tenía idea por qué la gente quería votar por su candidato! Así que hizo más investigación, focus groups, encuestas y lo que encontró fue esto:

La gente se preocupa sobre todo por 5 cosas.

Primero, valores. Reagan hablaba de valores. No sólo de posturas en issues (temas) y programas.

Segundo, se comunicaba: se conectaba con la gente.

Tercero: la gente creía que él decía lo que pensaba. Qué era auténtico.

Cuarto: Como resultado, confiaban en él. Confianza.

Y entonces se identificaban con él. El quinto punto.

Y Wirthlin armó su campaña en base a esto. No en los issues y programas. George W. Bush hizo su campaña sobre estas mismas cosas. Mientas Al Gore y John Kerry la hicieron sobre issues. En esta campaña, Hillary Clinton hizo la campaña sobre issues y Obama sobre esas 5 cosas.

Tú no eliges a tu presidente sólo en base al programa de gobierno que pueda tener ahora y que en su momento pueda o no aprobar en el congreso… sino en base a los valores que tiene: ¿comparte tus valores? ¿Te va a decir la verdad? ¿Puede comunicarse clara y efectivamente? ¿Puede levantar e inspirar a la gente? ¿Puede decir cosas en las que puedas confiar? ¿Te identificas con él?

Estas son cosas realmente importantes.  No sólo asuntos de mera personalidad. Y esto no es “irracional”. La gente no es irracional. Lo que ocurre es que la vieja noción de racionalidad es falsa. … Las emociones son necesarias para que puedas entender lo que ocurre a tu alrededor.”

Lo que Lakoff plantea en forma tan clara y sencilla (como se explican las cosas en verdad complejas) logra explicar afirmaciones arriesgadas de las que me he hecho cargo en debates ultimamente acerca de por qué Sebastián Piñera nunca será Presidente de Chile y por qué, contrario sensu, la Concertación (en la forma que consiga tener para diciembre de 2009) ganará esa elección. De la misma forma que Bachelet ganó y se explica por estas cosas sencillas y no por informes financieros y gigantescos despliegues de encuestas y sus sucedáneos.

Para discutir, pero principalmente para pensar bien y activamente y, por cierto, para No pensar en un elefante! (si no entiende esta última afirmación, le recomiendo el libro de George Lakoff o simplemente escríbame y podemos dialogar sobre estas cosas).

nestormorales@sociologos.com

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J. Bradford DeLong*

 

Desde la publicación de la obra de Frank Ramsey en 1928 los economistas han aceptado el argumento pragmático de que una buena economía es aquella en la que los rendimientos de la inversión no son un múltiplo demasiado grande –menos de tres– de la tasa de crecimiento económico por habitante. Una economía en la que los beneficios de la inversión son altos en comparación con la tasa de crecimiento es una economía que no está ahorrando ni invirtiendo suficientemente.

Esa idea ha engendrado la suposición poderosa de que, si una economía en conjunto no está ahorrando ni invirtiendo suficientemente, el gobierno debe contribuir a corregir ese problema obteniendo superávits y no empeorarlo con déficits que agotan el cúmulo de ahorros privados disponibles para financiar la inversión. Ésa es la razón por la que la mayoría de los economistas son partidarios de la línea dura en relación con los déficits.

 

Naturalmente, los gobiernos deben recurrir a los déficits en las depresiones para estimular la demanda y frenar el aumento del desempleo. Además, la mejor forma de considerar un gran gasto público de emergencia en partidas corrientes es como ahorro e inversión nacionales. Franklin Delano Roosevelt no podía haber hecho una mejor inversión para el futuro de los Estados Unidos y para el mundo que lanzar una guerra total contra Adolf Hitler. Asimismo, los presidentes George H. W. Bush y Bill Clinton deberían haber reconocido en el decenio de 1990 que algo parecido a un plan Marshall para la Europa oriental con vistas a contribuir a la transición del comunismo habría sido una inversión excelente para el futuro del mundo.

 

Pero la regla es que los gobiernos deben obtener superávits y no déficits, por lo que diversos asesores económicos de presidentes americanos han sido partidarios de poner la mira en la consecución de superávits presupuestarios, excepto en épocas de demanda débil y amenaza de depresión. Así fue sin lugar a dudas en el caso de los asesores económicos de Eisenhower, Nixon y Ford y en el de los asesores económicos de George H. W. Bush y de Bill Clinton.

 

Así fue también en el caso de los asesores económicos de Reagan. Algunos de los asesores de Reagan no creían sinceramente que las reducciones de impuestos de comienzos del decenio de 1980 crearían los grandes déficits que hubo (pienso en Beryl Sprinkel y Lawrence Kudlow). Otros, como Martin Feldstein y Murray Weidenbaum, entendieron las consecuencias de las reducciones fiscales de Reagan y fueron firmes oponentes burocráticos, aunque no lo manifestaran públicamente.

 

De hecho, desde la segunda guerra mundial, sólo los asesores económicos de George W. Bush han dejado de seguir ese consenso. Algunos lo han hecho porque están haciendo una carrera política como republicanos fieles a la línea del partido, por lo que su prioridad es decir a los políticos republicanos lo que quieren oír (en este caso pienso en Josh Bolton y Mitch Daniels). En cuanto al resto, sus razones para apoyar las políticas del gobierno de Bush que reducen los ahorros resultan misteriosas. No es como si se propusieran conseguir el derecho vitalicio de acceso a la cafetería de la Casa Blanca ni que haber dicho que sí a George W. Bush vaya a abrirles todas las puertas en el futuro.

 

Pero sus fallos sí que plantean un dilema a los economistas demócratas partidarios de la línea dura en materia de déficits que intentan determinar cuáles serían las políticas económicas idóneas en caso de que Barack Obama llegara a presidente. Quienes prestamos servicios en el gobierno de Clinton y trabajamos denodadamente para poner orden en las finanzas de los Estados Unidos y convertir los déficits en superávits somos muy conscientes de que, después de ocho años de gobierno de George W. Bush, la situación parece peor que cuando nosotros comenzamos, allá por 1993. Nuestros sucesores han echado a perder toda nuestra labor con su intención de ganar la guerra de clases al volver más desigual la distribución de los ingresos en los Estados Unidos.

 

Una cadena es sólo tan fuerte como lo sea su eslabón más débil y laborar en pro del fortalecimiento de los eslabones demócratas de la cadena de asesoramiento fiscal, cuando los eslabones republicanos no es que sean débiles, sino que son inexistentes, parece carecer de sentido. Los asesores políticos de los futuros gobiernos demócratas pueden aducir que la única forma de atar las manos de los republicanos e impedir que lancen otra ofensiva polarizadora de la riqueza es la de aumentar el déficit lo suficiente para que incluso ellos se asusten.

 

Pueden tener razón. Las políticas fiscales creadoras de superávits establecidas por Robert Rubin y compañía en los gobiernos de Clinton habrían sido muy buenas para los Estados Unidos, si al gobierno de Clinton hubiera seguido un sucesor normal, pero, ¿cuál es la política fiscal adecuada que debe aplicar un futuro gobierno demócrata cuando no hay garantía de que ningún sucesor republicano vaya a volver a ser “normal”? Se trata de una pregunta difícil y yo no conozco la respuesta.

 

Sin embargo, existe un principio fiscal que se debe respetar. Los déficits fiscales tan grandes, que imprimen una explosiva tendencia alcista al índice deuda—PIB no sólo hacen de lastre para el crecimiento económico a largo plazo, sino que, además, crean la posibilidad de que en cualquier momento la economía afronte un desastre financiero y macroeconómico inmediato. Una actitud fiscal más dura puede no ser ya posible en los futuros gobiernos demócratas y, en caso de que sí lo fuera, podría no ser una política positiva, dado el probable carácter de los gobiernos futuros. Así, pues, la de estabilizar el índice deuda—PIB es la raya en la arena que no se debe cruzar.

 

*Profesor de Economía en la Universidad de California en Berkeley y antiguo vicesecretario de Hacienda de los Estados Unidos.

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